El Partido Socialista de Francia busca su futuro tras el pacto con la izquierda populista de Jean-Luc Mélenchon, aprobado ampliamente por el Consejo Nacional de la formación la noche del jueves. La votación por parte de la cúpula de la formación política que ha vertebrado Francia las últimas décadas no es más que el último desgarro, aunque quizás el definitivo, de una herida abierta, como mínimo, desde la primera gran derrota electoral de los socialistas hace cinco años. Para muchos, sobre todo los que apoyan el giro a una “izquierda de ruptura”, como se define el proyecto aglutinador melenchonista, las costuras de la formación comenzaron a romperse antes, durante el Gobierno de François Hollande (2012-2017).
Aprobar el pacto alcanzado el miércoles con las demás grandes formaciones de izquierda —la Francia Insumisa de Mélenchon, el Partido Comunista y los ecologistas— para lograr la mayoría en las legislativas de junio era, para una parte de los militantes, la única salida ante un panorama político que ha cambiado radicalmente los últimos años. Un paisaje en el que ya no parecen tener cabida los partidos tradicionales, ni a la izquierda ni a la derecha, como demuestra la otra gran debacle electoral de este año, la del conservador Los Republicanos.
Para los que claman contra un acuerdo que pone en duda principios incuestionables hasta ahora del socialismo francés, como su europeísmo (el pacto acepta “no respetar ciertas reglas” de la Unión Europea), supone, por el contrario, el acta de defunción del partido de François Mitterrand. En cualquier caso, el PS después de este jueves no será el PS de hace solo una semana y su futuro está, más que nunca, en duda.
La “titánica batalla”, como la definió el negociador jefe socialista,