Es fútbol, son once, las líneas habituales y un campo reglamentario, pero no es un partido habitual, le suele pesar a quien lo juega por primera vez. En los últimos años, Manchester City y PSG ya lo han jugado, lo han perdido, pero ya lo han jugado… y la experiencia les sirve para la próxima.
Desde el día siguiente de la semifinal, desde el momento en que deja de celebrarse la gesta de ir a la final, el jugador ya no hay día que no piense en la gran final. La espera se hace eterna, faltan muchos días, y la previa va a dar mucho que hablar: visualizas acciones, imaginas sucesos, te ves alzando la copa y también lamentando no haberla ganado… eso y muchas más cosas pasan por la cabeza de cada uno de los protagonistas.
Tu familia quiere ir al partido, aparecen amigos por todos lados y hasta el que dice que jugó contigo en el barrio, y que ya tiene viaje y hotel, te está suplicando si tienes alguna entrada. No es que tengas mala memoria, no te acuerdas de él y seguramente es porque es mentira. También se ha acercado a algún miembro de tu familia, este ha sido sensible, y te pregunta si hay entradas.
Todo es distracción. Tu habitual marca de botas te pide que estrenes unas conmemorativas ese día. Pero, ¿por qué si estoy feliz con las que me han llevado hasta aquí? Pues, porque la marca y el marketing dicen que esto y lo otro.
La gente en la calle dice que 4-0, que sois los mejores. Y la verdad verdadera es que el rival de una final de Champions tiene tela, ahí no llega cualquiera, solo el que está más en forma de toda Europa. Y encima es un transatlántico cuajado en mis batallas. ¿4-0? Este no sabe a lo que nos enfrentamos.
En el último entrenamiento: casualidad, no hay bajas, las ha habido todo el año, pero hoy están todos