Quizá en ocasiones sea una idea perentoria desobedecer al poeta Gabriel Celaya y no «tomar partido hasta mancharse». Sobre todo en unos tiempos como los actuales: una época donde la megainformación da paso a grandes saltos al vacío por considerar que si todo es verdad, nada puede serlo. Esos saltos al vacío son, en este caso, posicionarse en redes en el juicio del año: el que enfrenta a Johnny Depp y a Amber Heard y en el que el actor pide a su expareja 50 millones de dólares por daños y perjuicios derivados de la pérdida de contratos -como el de la saga Piratas del Caribe-, mientras que Heard le ha contrademandado reclamando 100 millones por haber impulsado contra ella una campaña de difamación.
La aparente necesidad de defender a ultranza a un ídolo puede llevar a hacer una cantidad ingente de requiebros argumentales para no considerar la posibilidad de que, tal vez, ese ídolo, ya sea el intérprete de 58 años o la actriz de 36 recién cumplidos, no sea la persona que hemos construido en nuestra cabeza.
A veces en base solo a personajes que encarnaron y que marcaron la infancia cinéfila o por puras filias íntimas, las redes están siendo capaces de adoptar una postura radical, casi en el sentido etimológico de raíz, para enraizarse en uno de los dos bandos y desoír todo aquello que no conviene al posicionamiento que se ha tomado, no solo de este juicio, sino también del anterior que perdió Depp contra el diario The Sun en Reino Unido o el arresto de Amber Heard en 2009 por agredir a su entonces novia Tasya Van Ree.
O ni siquiera esperar a que acabe el juicio para dilucidar un veredicto: la capacidad de verlo y comentarlo en directo en las redes es un caramelo demasiado tentador para muchos usuarios. Un arma de doble filo,