Un año después de la gran marejada, de aquella historia que marcó la edición de 2021 de Roland Garros y también un punto de giro a la hora de abordar la salud mental de los deportistas, Naomi Osaka volvió a despedirse temprano de Roland Garros. Lo hizo este lunes en la misma escala, la primera ronda, pero por motivos meramente deportivos. Hace un año fue expulsada por la organización del torneo al negarse a acudir a las conferencias de prensa que obligan a los tenistas por contrato, alegando que todavía arrastraba las secuelas de una depresión y que sufría demasiado estrés al responder a las preguntas de los periodistas; esta vez, en cambio, tras el adiós de la japonesa solo estuvo la superioridad de Amanda Anisimova: 7-5 y 6-4, en 1h 30m.
Volvió a confirmarse que Osaka se le resiste la tierra batida y también que es una tenista de extremos, sin términos medios. Juega al todo o nada. La nipona ha disputado 22 grandes a lo largo de su carrera; en 18 de ellos no logró sortear la barrera de los octavos y en los cuatro restantes se proclamó campeona. La última vez que triunfó fue el curso pasado, sobre el cemento de Australia, y desde entonces su rendimiento ha caído de forma progresiva. Llegó a descender al puesto 85 del ranking y pese al empeño por levantar el vuelo y la mejoría –hoy día es la 38 y alcanzó la final del Masters de Miami en marzo–, no termina de reengancharse al tren de cabeza del circuito.
“No tengo confianza en mí misma. Es como si aún estuviera impresionada por el hecho de tener 24 años y haber ganado cuatro majors, así que espero darme un poco más de tiempo. No creí jugando en arcilla ni en hierba, así que no he jugado muchos partidos. Espero aprender conforme siga jugando”, decía tras caer frente a