Hace años, cerca de casa, se celebraba una feria del sector funerario. Por algún motivo que desconozco siempre me interesó. Quizás una mezcla de humor negro y de fascinación por cómo la sociedad moderna se adaptaba a la práctica más antigua de todas, el entierro de los muertos. También existía un punto de prevención. En resumen: nunca entré, porque me daba un poco de grima ver un pabellón con ataúdes expuestos, flores, lápidas, urnas hechas con material reciclable o joyas elaboradas a partir de las cenizas de los difuntos. Pero estaba al día de las novedades. De hecho, todavía sigo las innovaciones del sector, que ahora ofrece retransmisiones en directo de las ceremonias y otras delicadezas mortuorias.
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