En el suelo del salón del segundo piso, varias baterías de bici cargando junto a mochilas de Glovo y Deliveroo. Trabajar de ‘riders’ alquilando una cuenta de una de las empresas de reparto -ellos no pueden abrirse cuenta propia al no tener papeles- es la opción que, hoy por hoy, les ofrece la ciudad para obtener un mínimo de ingresos.
«La manta estaba muy perseguida y no queremos problemas con la policía. Ganamos muy poco porque tenemos que pagarle un tanto por ciento al dueño de la cuenta, pero es la única manera de ganar algún dinero», relata Adam, joven senegalés de 25 años en uno de los espacios comunitarios de Casa Àfrica, lugar en el que viven y, sobre todo, se cuidan más de 20 hombres jóvenes de origen senegalés, argelino y marroquí,
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