Goyo Comendador tenía 39 años, un empleo como informático, una novia llamada Ana, un hermano del que era «uña y carne», Mario; pasión por la caza, un pisito en Moratalaz y «una vida cojonuda, casi toda por delante: tenía amigos por todas partes, nos íbamos de caza, o por ahí de juerga… Era, bueno, es un tío majo, al que todo el mundo quiere».
El 7 de marzo pasado, domingo, Mario y Gregorio estuvieron comiendo juntos, «y él no tenía ni gota de miedo«, cuenta el primero a EL MUNDO. Al día siguiente le iban a hacer una artroscopia en la rodilla izquierda para «un lío» que tenía en los ligamentos, unas calcificaciones, y de paso «le iban a arreglar también otra cosa en el hombro».
Dos intervenciones traumatológicas que «al ser cosas muy pequeñas